Una de las más reconocidas figuras del género; su acento recio y varonil se adecuaba tanto a los versos dramáticos como a los humorísticos, y según Horacio Salas, fue el último cantor al viejo estilo.
Se trasladó desde su ciudad natal a Montevideo en el año 1946 a fin de iniciar su actividad como cantor, acompañado por un conjunto dirigido por Hugo Di Carlo, músico argentino que desarrolló una extensa y valiosa trayectoria en el Uruguay. En estas primeras presentaciones, Julio actuaba bajo el nombre de Alberto Ríos, pero pronto decidió desarrollar toda su trayectoria con sus verdaderos nombre y apellido.
Luego fue acompañado por una formación que dirigía el bandoneonista Edelmiro Toto D’Amario, con la que realizó giras por el interior uruguayo, presentándose inclusive en el por entonces incipiente centro turístico de Punta del Este.
Inició su labor discográfica en su país natal en el año 1948, y así, poco después de haber grabado allí cinco temas con la orquesta de Luis Caruso, entre ellos Sur, por entonces recientemente dado a conocer por sus autores Aníbal Troilo y Homero Manzi, en ese mismo año se radicó en Buenos Aires. Los otros cuatro temas entonces registrados fueron el candombe San Domingo y los tangos Mascarita, Una y mil noches y La última copa.
En la capital argentina, comenzó a actuar en algunos locales nocturnos, en uno de los cuales obtuvo el pronto reconocimiento de su compatriota, el letrista Raúl Hormaza, quien de inmediato lo vinculó a la orquesta de Francini–Pontier.
En esta orquesta, permaneció entre los años 1949 y 1953, ocasión en la que compartió rubro primero con Alberto Podestá y luego con Pablo Moreno grabando con el primero de los nombrados su único tema a dúo: el vals El hijo triste, de Enrique Mario Francini y Horacio Sanguinetti, precisamente su primer registro con la agrupación, realizado el 1° de agosto de 1949.
Queda así como dato de interés, recordar que la única grabación realizada a dúo por el Varón del Tango fue al mismo tiempo la primera que hizo en Buenos Aires.
Con Francini y Pontier totalizó catorce grabaciones, siendo la última de ellas la del tango Olvidao, perteneciente a Guillermo Desiderio Barbieri y Enrique Cadícamo, el 27 de febrero de 1953.
Lloró como una mujer, Dicen que dicen, Princesa del fango, Por una mala mujer, Mi sentencia, Tan sólo por verte y el vals Un alma buena fueron entre otras, las versiones en las que dejó plasmado el estilo y la reciedumbre que lo transformarían pronto en el Varón del tango y uno de los cantores de máxima aceptación popular.
De inmediato, se incorporó a la orquesta de Francisco Rotundo, con quien participó en la grabación de nuevas interpretaciones de doce temas, en las que ratificó el sello impreso en su etapa anterior, entre ellas Justo el 31, Mala suerte, Secreto, Levanta la frente, Pa’ mí es igual, La casita está triste y en especial Yo soy aquel muchacho —el bello tango de Joaquín Mauricio Mora y Máximo Orsi —, todas ampliamente demostrativas de un estilo que Sosa iba afianzando en forma paulatina.
Cuando se encontraba actuando con la orquesta de Rotundo sufrió una afección en sus cuerdas vocales que estuvo a punto de dar por terminada su trayectoria de cantor.
Una exitosa intervención quirúrgica a cargo del doctor León Elkin, brillante cirujano de esa especialidad nacido en Buenos Aires en el año 1888 y fallecido el 5 de diciembre de 1968, permitió a Sosa retornar a la actividad en óptimas condiciones, mejorando inclusive el registro vocal que poseía hasta antes de la operación.
En agradecimiento, Julio obsequió al facultativo una medalla en la que se expresaba textualmente «Padre Elkin que estás en la Tierra. julio sosa».
En 1955, ingresó a la orquesta que acababa de constituir Armando Pontier, con motivo de la reciente disolución de la formación que codirigía con Enrique Mario Francini desde diez años antes.
La primera grabación de Sosa con la flamante agrupación, Llorando la carta, un tango del viejo payador Juan Bautista Fulginitti, fue realizada para el sello RCA Victor el 10 de agosto de ese año, cuando Pontier aún estaba realizando sus últimos registros con la orquesta que codirigía con Francini.
A partir de junio de 1957, la formación de Pontier pasó a formar parte del catálogo de Columbia, y la primera participación de Sosa en grabaciones para este sello se produjo el día 25 de ese mismo mes, ocasión en la que orquesta y cantor registraron el tango Estas cosas de la vida, perteneciente a Arturo Gallucci y Reynaldo Yiso.
De su participación como cantor de la orquesta de Pontier, quedaron entre ambos sellos discográficos un total de treinta y tres grabaciones, que incluían temas de distinto carácter en los que Sosa pudo demostrar una vez más su versatilidad.
Se recuerdan por ejemplo interpretaciones de índole muy triste como la del tango Abuelito o sumamente dramáticas en el caso de El rosal de los cerros.
Ha cantado también versos evocativos como los de Tiempos viejos, descriptivos del costumbrismo de la época como Padrino pelao o jocosos como En el corsito del barrio o Martingala. En todos ellos, lució su estilo con similar eficacia.
Asimismo, de esta etapa es Uno, tango que integra la trilogía de grandes composiciones del binomio Mores y Discépolo. Y por supuesto, la primera de sus versiones de Cambalache, tema que luego volvería a grabar acompañado por la orquesta de Leopoldo Federico.
Un caso especial es el de Silbando, el tango de Sebastián Piana, Cátulo Castillo y José González Castillo que con la orquesta de Pontier llevó al disco el 17 de octubre de 1956, porque a sus virtudes de cantor agregó especiales dotes para el silbido y para el recitado, habilidad que más adelante también plasmaría también en sus trabajos.
El total de temas grabados como cantor de Armando Pontier alcanzó a treinta y tres.
Además, en 1966 fue editado por el sello RCA Victor en un disco simple de 33 rpm, el registro del tango El mismo final, perteneciente a Armando Pontier y Federico Silva, proveniente de una toma radial de una presentación de la orquesta de Pontier con la voz de Sosa realizada en el año 1956.
En 1960, decidió seguir su trayectoria ya en calidad de solista, con el apoyo de la orquesta de Leopoldo Federico, iniciando así la etapa más exitosa de su carrera, tronchada cuatro años más tarde por su trágica desaparición.
La lista de sus éxitos es sumamente extensa, abarcando todas y cada una de las etapas discográficas que desarrolló en su carrera, aunque por la fama que había adquirido, quizás los que más se recuerdan son los de la última de ellas, cuando ya era solista acompañado por la orquesta de Leopoldo Federico.
Con este magnífico marco musical, dejó grabados sesenta y dos temas para el sello musical Columbia, publicados en distintos discos de ese momento, a los que cabe agregar dos más que fueron editados en un disco compacto recién a mediados del año 2008.
Estos dos últimos fueron el vals Como todas, de Américo Chiriff y José Antonio Trelles, registrado el 5 de junio de 1961, y el tango Levanta la frente, llevado al disco el 17 de abril de 1962, que no es la versión registrada al año siguiente e incluida en el disco larga duración publicado bajo el título Con permiso, soy el tango.
En ese año 1962, actuó en los Canales 13 y 11 de televisión y en las radios Belgrano y Del Pueblo, también se presentó en bailes y concretó giras por el interior del país. Fue además el año en el que Sosa se encontraba en la cúspide de su fama y cuando realizó la mayor cantidad de trabajos discográficos. En efecto, grabó en primer lugar el long play Al tango lo siento así, obviamente acompañado por la orquesta de Leopoldo Federico, luego otro larga duración al que se tituló Julio Sosa canta folclore, acompañado por el director Héctor Arbelo, y finalmente un tercer álbum, nuevamente con Federico, titulado Reciedumbre y ternura, cuya grabación comenzó en noviembre de ese año y finalizó en febrero del siguiente.
En este último trabajo reeditó viejos éxitos de su etapa de cantor de orquestas, tales como Lloró como una mujer, que ya había registrado el 27 de septiembre de 1949 con la orquesta de Francini y Pontier, y El rosal de los cerros, que grabara con Armando Pontier el 18 de enero de 1956.
Completaron la docena de temas incluida en el disco; Margot, Soledad y Volvió
una noche, viejos clásicos de Gardel a los que dio especiales matices; letras primigenias del género como Ivette, escrita por Pascual Contursi en los inicios del tango canción; los valses Destellos, de Francisco Canaro y Juan Caruso, y Romántica, cuyos versos pertenecen a Homero Manzi y la melodía a Félix Lipesker, y notables éxitos de la década del cuarenta como Madame Ivonne, tema de Eduardo Pereyra y Enrique Cadícamo; María, el hermoso tango de Troilo y José María Contursi, y En esta tarde gris, de Mariano Mores y José María Contursi, temas de los que hizo personalísimas interpretaciones, agregando en el caso de Madame Ivonne y María versos de su propia inspiración a los que luego nos referiremos. El importante disco al que aludimos se completó con un tango costumbrista; Otario que andás penando, vieja composición de los años veinte de Enrique Delfino y Alberto Vacarezza.
Como resulta evidente a través de la recordación de los temas que integraron el álbum, en algunos Sosa repartió dosis de ternura y en otros de reciedumbre, justificando así el título que inmortalizó al trabajo.
En otros trabajos discográficos con Federico incluyó la Milonga del 900, producción de la célebre conjunción que para este género formaron Sebastián Piana y Homero Manzi y recreó además otros éxitos de los años cuarenta, como Nada, el tango de José Dames y Horacio Sanguinetti que veinte años antes llevara al disco la orquesta de Miguel Caló con el cantor Raúl Iriarte.
No olvidó tampoco nuevas composiciones de esos primeros años de los sesenta, como la milonga Cuando era mía mi vieja, de Pascual Mamone y Juan B. Tiggi y El último café, el tango con el que Héctor Stamponi y Cátulo Castillo ganaran el Festival de la Canción del año 1963.
Entre sus interpretaciones de tangos de Enrique Santos Discépolo no puede soslayarse la mención del drama tan humano y personal que Discepolín relató en Secreto, entre otras versiones emblemáticas de esa etapa final de su trayectoria.
Como si con su perfecta dicción y entonación no bastaran, agregó además en algunas de sus grabaciones con Federico una excepcional capacidad para el recitado.
Así, aún hoy perduran en los oídos de muchos sus antológicas introducciones al canto de los tangos Madame Ivonne y María, y el recitado completo del poema Porque canto así, sobre una impecable versión de La cumparsita realizada por la orquesta de ese talentoso director.
Sus últimas grabaciones con la formación de Leopoldo, concretadas el 18 de noviembre de 1964, es decir seis días antes del accidente que provocaría su muerte, fueron la ya mencionada Milonga del 900 y el tango Siga el corso, composición de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez escrita en la segunda mitad de los años veinte.
En esta misma etapa en la que grababa con Federico, también realizó para el sello Columbia una docena de grabaciones acompañado por el conjunto de guitarras dirigido por Héctor Arbelo. Tu vuelta, perteneciente a Alberto Hilarión Acuña y José González Castillo; Por el camino adelante, de Agustín Irusta, Roberto Fugazot y Lucio Demare; Mentiras, de Juan Reyes, y Mirala cómo se va, muy antigua pero hermosa composición de José Razzano y Saúl Salinas, son algunos de los temas que registró con este acompañamiento.
En los primeros años de la década del sesenta y hasta su fallecimiento, actuó también en programas televisivos. Luces de Buenos Aires, Copetín de tangos y Casino lo tuvieron como dúctil protagonista en emisiones que en la actualidad suelen ser recordadas por algunos canales.
A su actuación como cantor, agregó su vocación por la poesía, la que plasmó en su libro Dos horas antes del alba, publicado en el mismo año en el que se produciría su muerte, y en las letras de algunos temas, como la de los valses El último tren, Y no habrá un adiós, y la del tango Seis años, cuyas músicas pertenecen a su colega, el cantor Jorge Casal, al contrabajista Horacio Cabarcos y a Edelmiro Toto D’Amario, aquel bandoneonista y director que lo acompaña en sus inicios en Montevideo, respectivamente. De ninguno de los tres existen registros discográficos.
En 1964, era considerado un verdadero bastión de la resistencia del tango, género que en esa época se batía en temporaria retirada ante la invasión de ritmos foráneos y la efímera aceptación de la denominada «nueva ola».
En ese último año de su vida, participó en la película Buenas noches, Buenos Aires, dirigida por Hugo del Carril, en la que éste también desempeñó un papel actoral.
En una escena de ese film, a la que se puede considerársela como todo un documento de la época, Sosa bailó un tango con Beba Bidart, obteniendo la admirada aprobación de un grupo de jóvenes enrolados en el movimiento nuevaolero.
Ese marco desfavorable no fue obstáculo sin embargo para que la figura de Julio Sosa ganara día a día más popularidad, comenzando a ser reconocida aún por quienes no podían ser considerados adeptos al tango.
Sin embargo, la noche, el alcohol y el vértigo paulatinamente estaban consumiendo su vida. El éxito que lo acompañaba no se reflejaba en lo más íntimo de su personalidad, la que signada por una profunda melancolía, requería cada vez más de esos excesos.
Ese cóctel resultó fatal para Sosa en la madrugada del 24 de noviembre de 1964, cuando estrelló su automóvil lanzado a gran velocidad contra uno de los semáforos que desde no hacía muchos meses se habían incorporado a la geografía de la Avenida del Libertador en Capital Federal.
El suceso fue el corolario de una noche de extremos desvaríos en la que el ídolo signó para siempre su destino.
Su trágico final y el contexto en el que se produjo, en la cúspide de su carrera y ya con el reconocimiento propio de los verdaderos ídolos, recordó al que veintinueve años antes se había llevado a Carlos Gardel.
Fuente: Torres, Carlos Federico. Gente de tango; Tomo III
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