Pianista,
director, compositor y a partir de 1935 uno de los poetas fundamentales del
tango, había nacido en Buenos Aires el 6 de agosto de 1906.
Hijo del
poeta, periodista, dramaturgo, sainetero y comediante José González Castillo,
al igual que su padre constituye una referencia insoslayable en el estudio de
la historia y la evolución del tango. Tanto o más polifacético que su progenitor,
a su actividad como músico y poeta cabe agregar la de ensayista, publicista,
historiador, periodista y libretista, todo esto unido a una intensa actividad
gremial en defensa de los derechos de los autores y compositores y a su
desempeño como boxeador en su juventud.
Su nombre
real era Ovidio Catulo González Castillo, firmando siempre sus obras con el
segundo de sus nombres de pila, al que a su vez transformó en esdrújula, a fin
de evitar, según él mismo lo manifestara, rimas indecorosas.
Desde 1910 hasta
1914 vivió en la ciudad chilena de Valparaíso, dado el exilio al que se vio
obligado su padre a causa de su ideología anarquista. De regreso al país y con
ocho años de edad, comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio
Bonaerense, siendo su maestro Juan Cianciarullo, quien le impartió enseñanzas
de teoría, solfeo y ejecución del violín.
Recibido de
bachiller en el Colegio Bernardino Rivadavia, comenzó sus estudios de piano y
composición. En 1920 se inició en el boxeo, consagrándose campeón argentino
amateur.
En 1923,
cuando contaba con diecisiete años de edad, compuso la primera parte de Silbando,
tango cuya segunda parte completó Sebastián Piana, encargándose José González
Castillo de aportarle los versos. Al año siguiente se presentó en el primero de
los tan recordados concursos de tangos organizados por Max Glucksman, ocasión
en la que dio a conocer al que sería uno de sus tangos fundamentales: Organito
de la tarde. El tema obtuvo el tercer puesto y tiempo después su padre le
agregó los versos que lo transformaron en una de las grandes producciones de
este particular binomio.
La relación
artística entre padre e hijo se extendió hasta 1935, año a partir del cual
Cátulo se dedicó casi exclusivamente a la creación poética. En esta decisión
pesaron muy fuertemente las razones económicas, dado que a los compositores que
no tenían orquestas les era difícil controlar la ejecución de sus obras, porque
habitualmente se los omitía de las listas mediante las cuales se liquidaban los
derechos, aún cuando sus temas hubiesen sido ejecutados asiduamente. Cátulo, a
partir de entonces, buscó para colaborar en sus obras a músicos que tuviesen su
propia orquesta.
Empero, en
la década del veinte esa irregularidad no se producía, al menos con tal grado
de importancia, y así fue que Castillo pudo con la percepción de sus derechos
como compositor de sus dos primeros tangos mencionados anteriormente, y los
posteriores Camino del taller, Aquella cantina de la Ribera y Acuarelita
de arrabal, todos con letra de su padre, embarcar junto a este en un viaje
que lo llevaría al norte de África y Europa.
Antes de
emprenderlo escribió los que seguramente constituyen sus primeros ensayos como
letrista. Ellos fueron los versos de los tangos Vendrás, cuya música
también le pertenece, y Corazón de papel, con música del bandoneonista
Alfredo De Franco, ambos grabados por la orquesta de Juan Maglio en el mes de
febrero de 1929, el primero con estribillo cantado por Carlos Vivan, y el
segundo en forma instrumental. Corazón de papel obtendría con el tiempo
amplio reconocimiento a través de versiones cantadas.
En ocasión
de ese primer viaje a tierras europeas suscribió un contrato en España mediante
el que se obligaba a presentarse al frente de su propia orquesta. Por ese
motivo, regresó a ese país en 1928 a fin de presentarse en Barcelona, ciudad en
la que la agrupación por él dirigida actuó en el cabaret Excelsior, ubicado en
la Rambla Canaletas.
Junto con
Cátulo, quien comandaba la orquesta desde el piano, estaban los tres hermanos
Malerba —Ricardo, Alfredo y Carlos, bandoneonista, pianista que alternaba ese
puesto con el director, y violinista, respectivamente— además de Miguel Caló
como segundo bandoneón y Estanislao Savarese como segundo violín, siendo
Roberto Maida el cantor.
El éxito
obtenido en Barcelona se trasladó a Madrid, Sevilla y otras ciudades españolas
y luego también a Francia. Al mismo tiempo, Castillo escribió dos de sus
grandes melodías para el género: El aguacero e Invocación al tango,
la primera con versos bellamente descriptivos escritos por su padre y la
segunda, tal como destaca Horacio Ferrer, «obra encaminada a la depuración
melódica y el enriquecimiento armónico del género».
De regreso
al país, en 1930 inició su carrera docente en el Conservatorio Municipal Manuel
de Falla, desempeñándose en la cátedra de teoría y solfeo, la que obtuvo al
ganar el concurso abierto para ocupar ese cargo.
Un año
después viajó nuevamente a Europa junto con su padre y la compañía de revistas
del Teatro Sarmiento. En esa ocasión compuso la música de Papel picado,
cuya letra pertenece a su padre. Del tema existe una recordada versión grabada
el 26 de enero de 1948 por la orquesta de Ricardo Tanturi con la voz de Osvaldo
Ribó.
Una de las
últimas producciones del binomio autoral que padre e hijo conformaban fue Música
de calesita, tango que Azucena Maizani grabó en 1930 con la participación
de un coro y el marco musical del trío que formaban Oreste Cúfaro en piano,
Roberto Zerrillo en violín y Roberto Parada en guitarra.
Como se
expresara anteriormente, a partir de 1935 sus composiciones musicales fueron
cada vez menos frecuentes y, por el contrario, comenzó a enriquecer al género a
través de la creación poética.
Enrolado en
la llamada escuela de Boedo, que iniciaran Nicolás Olivari, Roberto Arlt y los
hermanos González Tuñón, Castillo fue el continuador en el tango de la línea temática
de su padre.
A esa
escuela pertenecen los versos que escribió para Juan Tango, Luna
llena, María, Bandita de mi pueblo, Café de los Angelitos,
Tinta roja, Patio mío, El patio de la morocha, Se muere
de amor, Color de barro y, más adelante, dos obras fundamentales con
música de Aníbal Troilo, La última curda y A Homero, homenaje al
poeta con el que compartiera la escuela a la que hiciera mención con
anterioridad.
Otros de sus
aportes invalorables a la poesía del tango, encuadrados siempre en la escuela
en la que se había enrolado como poeta, lo encontraron asociado a diversos
compositores, como es el caso de Dinero, dinero, magnífica poesía con
música de Enrique Delfino, del que Carlos Di Sarli realizara una inolvidable
grabación con la voz de Alberto Podestá y La madrugada, cuya hermosa
melodía compuso Ángel Maffia, del que existen grabaciones de Pedro Laurenz con
Carlos Bermúdez y de Juan D'Arienzo con Alberto Echagüe.
También
se enrolan en la misma vertiente poética las letras de Te llama mi violín, versos
escritos para una también bella melodía de Elvino Vardaro, registrado en el
disco por Osvaldo Fresedo con la voz de Oscar Serpa, y de Naná, grabado también por
estos mismos intérpretes, en el que los versos de Castillo se acoplan a otra hermosa
melodía creada en este caso por Emilio Barbato, precisamente por entonces
pianista de la orquesta de Fresedo.
Otras
de sus obras en esa misma línea poética fueron sus versos para los tangos Luna llena y Pinta blanca, ambos con
música de Mario Perini; Rincones
de París, con Osmar Maderna, quien lo grabara al frente de su
orquesta con el cantor Mario Corrales; y Anoche,
con música de Armando Pontier, que lo llevó al disco con su sexteto del año
1973 y la voz de Carlos Casado.
Con
melodía perteneciente a Héctor Stamponi, puso versos a Perdóname, objeto de una
recordada versión grabada por Osvaldo Fresedo, además de otras menos difundidas
pero muy valiosas a cargo de Juan Sánchez Gorio con su cantor Osvaldo Bazán en
un caso, y de Roberto Florio acompañado por el Trío Yumba en el otro.
En
la misma línea poética se ubican Rosal,
con música del pianista Osvaldo Manzi; el muy difundido La calesita, con melodía de
Mariano Mores; y Domani,
vívido relato del drama de un inmigrante italiano cuya melodía pertenece al
cantor Carlos Viván, tango del que han quedado las grabaciones de Carlos Di
Sarli con la voz de Mario Pomar y la de Alberto Marino en su etapa de solista,
acompañado por la orquesta dirigida por el violinista Hugo Baralis.
Distinto
es el enfoque de Mensaje,
dado que en este tema Cátulo debió en 1952 escribir la letra sobre una melodía
compuesta por Enrique Santos Discépolo poco antes de fallecer, sin alcanzar en
cambio a completar los versos. La composición fue inmediatamente grabada por la
orquesta de Aníbal Troilo con la voz de Raúl Berón en la etapa de su orquesta
en el sello discográfico TK.
Color
de barro, al que ya
mencionáramos anteriormente, lleva música de Anselmo Aieta y fue grabado por
Ángel Vargas con el marco orquestal dirigido por Eduardo Del Piano el 17 de
junio de 1948.
Pero
si fundamental fue para el tango la labor de Castillo como compositor primero y
como poeta luego en colaboración con la extensa lista de músicos que se acaba
de mencionar, qué puede decirse de la obra escrita sobre música de Aníbal
Troilo. A los dos temas fundamentales que destacáramos con anterioridad —La última curda y A Homero— caben agregar
también otros títulos insoslayables en toda reseña tanguera: María, La cantina, Y a mí qué, Una canción, Patio mío, Desencuentro, el vals Vuelve la serenata, la Milonga del Mayoral, de los
que en todos los casos existen impecables grabaciones de la orquesta de
Pichuco, además de otros numerosos intérpretes.
Otras
de sus obras, ya sea como compositor, como letrista o en ambos roles a la vez,
fueron Son cosas del ayer,
Pobre Pan Pan, Sin ella, Luces de París, Responso malevo, Callejón y huella, A cara o cruz, La misa del tango, Mi moro, grabado también por
la orquesta de Tanturi, en este caso con la voz de Alberto Castillo; Quince años, Chirimoya, Mangangá, grabado por Miguel
Montero en su etapa de solista; Aquellas
locuras, El pregón,
Me llamo Anselmo Contreras,
llevado al disco por Miguel Caló con la voz de Raúl Iriarte; Fantasma, versos que
acompañan a una singular melodía de Enrique Delfino, del que existe registro
discográfico a cargo de los mismos intérpretes mencionados para el tema
anterior; Adiós, te vas,
Tu cariño, Una canción en la niebla, Destino, Por qué ha de ser así y No me matarás.
En
la primera mitad de los años sesenta unió nuevamente su nombre al de Héctor
Stamponi como compositor de las melodías, dejando entre ambos tres
colaboraciones muy valiosas: Aquí
nomás, que fue llevado al disco por Aníbal Troilo con la voz de
Tito Reyes y por José Basso con la de Alfredo Belusi; Ventanal, hermoso tango que
extrañamente sólo fue grabado por la orquesta Los Señores del Tango con la voz
de Oscar Serpa para el sello Columbia el 29 de octubre de 1962, en la que fuera
la última versión discográfica de esta formación, que se había constituido en
enero de 1956 con músicos provenientes masivamente de la orquesta de Carlos Di
Sarli; y finalmente, en 1963, El
último café, composición que ganó el concurso Odol correspondiente
a ese año, distinción que le valió obtener una rápida popularidad, siendo
grabado inmediatamente por diversos intérpretes, entre ellos Julio Sosa con el
acompañamiento de la orquesta dirigida por Leopoldo Federico.
En
forma paralela a su actividad creativa, Castillo desarrolló una extensa e
importante labor gremial, a través de la cual llegó a la presidencia de SADAIC.
Durante el gobierno de Juan Domingo Perón fue también designado presidente de
la Comisión Nacional de Cultura, al mismo tiempo que seguía desarrollando su
actividad docente en el Conservatorio Manuel De Falla, del que fue secretario y
luego director. Ocupando este cargo, dispuso la creación de la cátedra de
bandoneón, a cuyo frente designó a Pedro Maffia.
Precisamente
de todos estos cargos fue arbitrariamente despojado al producirse el golpe
militar de septiembre de 1955. El nuevo gobierno no sólo lo alejó de todas esas
actividades, sino que también procedió a retenerle sus derechos de autor.
Esta
época muy dura de su vida fue sobrellevada por Castillo con una ejemplar
grandeza de espíritu. Se recluyó primero en una modesta vivienda ubicada en el
Camino de Cintura en inmediaciones del río Matanza y luego en cercanías de la
ciudad de General Villegas, dedicándose a la poesía, la lectura y el cuidado de
perros abandonados, por los que tenía especial afecto.
Con
el advenimiento del doctor Arturo Frondizi a la presidencia de la Nación en el
año 1958, Castillo pudo retornar a la presidencia de SADAIC, al trabajo
periodístico y a la conducción de audiciones radiales dedicadas al tango,
actividad que desarrollaba haciendo el diario viaje de ida y vuelta entre el
centro de Buenos Aires y su casa en General Villegas, donde aún seguía
domiciliándose.
Ya
en los últimos años de su vida fue objeto del reconocimiento unánime de la
ciudadanía, no sólo por su aporte al tango, sino también por su labor cultural
y su carácter de notable y polifacético intelectual. Así, fue designado
presidente del Consejo Panamericano de Autores y finalmente fue reconocido por
la Honorable Cámara de Representantes como Ciudadano Ilustre de la Ciudad de
Buenos Aires.
Excedido
de peso y enfermo de la columna vertebral, en los últimos meses de su vida
comenzó a padecer serios problemas cardíacos, los que desencadenaron en un síncope
que produjo su deceso el 19 de octubre de 1975, dos meses después de haber
cumplido 69 años de edad.
Fuente: Torres, Carlos Federico. Gente de
tango; Tomo I
biografia catulo
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