Cantor nacido el 7 de diciembre de 1914 en el barrio porteño de Mataderos bajo
el nombre real de Alberto De Luca.
A
los siete años cantaba para los clientes de una parrillada situada al lado de
su casa familiar, mientras cursaba sus estudios primarios en la escuela
Saturnino Segurola.
Recibido
de bachiller en el Colegio Nacional Rivadavia en el año 1930, al año siguiente
inició sus estudios de medicina, egresando como médico en el año 1942,
especializándose en ginecología.
Quien
con el tiempo fuese conocido popularmente como el Cantor de los cien barrios
porteños, comenzó su actividad artística en 1934, cantando en Radio Belgrano
con el conjunto de guitarras dirigido por Armando Neira, utilizando entonces el
seudónimo de Alberto Duval.
Al
año siguiente pasó a la orquesta de Augusto Berto, en la que utilizaba el
nombre de Carlos Duval, para actuar luego en la orquesta de Mariano Rodas en
Radio Prieto, en el año 1937.
Sin
embargo, su repercusión popular comenzó en el año 1940, cuando a instancias de
sus compañeros de estudio, cantó en la Facultad de Medicina con la orquesta de
Ricardo Tanturi, la que había sido contratada para animar una fiesta en esa
Casa.
Por
ese entonces la orquesta de Tanturi carecía de vocalista, porque Carlos Ortega,
de profesión abogado, quien fuera el primer cantor con el que ella contó, se
había retirado el año anterior al ser destinado para ocupar un consulado por el
Servicio Exterior de la Nación.
Producido
de ese modo el encuentro entre el director y el cantor, Tanturi lo invitó a dar
una prueba en Radio El Mundo, la que dio como resultado la inmediata
incorporación de Alberto Castillo —nombre que por esos días le asignó Pablo
Alberto Valle, director artístico de la mencionada emisora— a la agrupación.
El
debut discográfico de la nueva voz con la orquesta de Tanturi se produjo el 8
de enero de 1941, día en el que grabaron para el sello RCA Víctor el vals Recuerdo, de Alfredo Pelaia,
a la postre uno de los grandes éxitos del binomio.
La
última grabación de Castillo con Tanturi fue el día 7 de mayo de 1943, cuando
dejó registrado para el mismo sello el tango de Oscar Arona y Francisco García
Jiménez Bailongo de los
domingos. Había alcanzado un total de treinta y siete grabaciones.
En
el ínterin, durante el año 1942 se presentaron en el programa Ronda de Ases, emitido por
Radio El Mundo y del que participaban muchas de las grandes orquestas del
momento.
Toda
mención que aún hoy se realiza acerca de esa emblemática audición radial
recuerda a la orquesta de Tanturi con su cantor Alberto Castillo como la más
exitosa del elenco. Fue en ella en la que popularizaron Así se baila el tango, cuyo comienzo
“Que saben los pitucos, lamidos y suschetas...” sirvió de ahí en más como
eterna tarjeta de presentación del cantor.
Desvinculado
de la orquesta a mediados de 1943, Castillo inició la etapa de solista que no
abandonaría prácticamente hasta el final de sus días, cincuenta y nueve años
más tarde.
Así,
en esos primeros años fue acompañado sucesivamente por las orquestas dirigidas
por Emilio Balcarce en los años 1943 y 1944, por Enrique Alessio desde este
último año y hasta 1948, y por el pianista uruguayo César Zagnoli y el
bandoneonista Ángel Condercuri, cuando ambos asumieron la dirección de los
mismos músicos que dirigía el mencionado Alessio al retirarse este de la
dirección de la formación, completando de ese modo Castillo sus grabaciones del
año 1948.
En
1949 y hasta enero de 1950 fue acompañado por su orquesta dirigida por el
entonces juvenil bandoneonista Eduardo Rovira y finalmente desde 1951 hasta
1958 se hizo cargo de su acompañamiento Ángel Condercuri, ahora sin Zagnoli,
quien se había incorporado como pianista a la flamante orquesta de Héctor
Varela.
A
partir de 1957 también realizó grabaciones acompañado por el pianista Arnaldo
Medialdea.
Con
todos ellos, en lo que puede considerarse su mejor etapa de cantor, Castillo
concretó alrededor de ciento cincuenta registros discográficos para el sello
Odeón.
Cabe
destacar en relación a esta etapa de su trayectoria que a partir de la década
del cincuenta incorporó un grupo de negros candomberos que lo acompañaban en
sus presentaciones, batiendo parches y realizando coreografías propias de este
baile africano, adaptado al ritmo rioplatense en la década anterior por los
uruguayos Pintín Castellanos y Romeo Gavioli.
De
ese modo, agregó a su repertorio ese nuevo enfoque interpretativo de un género
que hasta entonces solo había tenido difusión en el Uruguay a través de la
tarea de los mencionados intérpretes, pero que no había obtenido mayor
repercusión entre los músicos argentinos del tango.
Castillo,
al igual que Gavioli en el Uruguay, supo rescatar y realzar la esencia de los
candombes, los que adquirieron en su voz una particular riqueza y sonoridad.
En
1959 inició una nueva serie de grabaciones que alcanzó a veintinueve temas,
acompañado ahora por su propia orquesta. El primer registro de esta etapa fue Cucusita,
un tango con versos de Carlos Lucero cuya música, firmada bajo el seudónimo
Riobal, le pertenece. La recordada interpretación integró un disco de larga
duración compuesto por doce temas grabados ese año, entre los que también
estaban el candombe Candela, los tangos Aquí hace falta un tango,
perteneciente a dos hermanos de apellido Peyró, cuyos versos ponderan los
avances tecnológicos de Nueva York a la que solo le hacía falta un tango para
ser perfecta; Al compás de un tango, exitosa composición de los años
cuarenta de Alberto Suárez Villanueva y Oscar Rubens; y Yo soy de la vieja
ola, con música de Carlos Agustín Jonsson, cuya música firmó también como
Riobal.
La
serie continuó con cinco temas más en 1960 y culminó en 1965 con la grabación
de doce temas editados en un disco de larga duración.
El
primero de ellos fue Cada día canta más, otro tango cuya música firmó
como Riobal, cuya letra, perteneciente a Tito Cabano, relata inspiradamente una
escena típica de esos años de retroceso del tango; una joven pareja asiste
aburrida a la proyección de una película en la que participan algunos
intérpretes del género, hasta que se produce la irrupción en el film de Gardel,
cuyo canto enamora a la joven, quien asombrada exclama: «¡Qué divino este
cantor…!».
El
último fue a su vez Tortazos, la recordada milonga de José Razzano y
Enrique P. Maroni, con el que cerró el aludido disco de larga duración y
también esta etapa de su trayectoria.
En
1966, mientras realizaba una gira por el exterior, sufrió una repentina y grave
afección ocular que puso en grave riesgo su visión. Operado exitosamente, luego
del impasse impuesto por el evento, en 1967 volvió a los estudios de grabación,
ahora acompañado por la orquesta dirigida por Jorge Dragone, quien ya había
dirigido la formación con la que realizó la gira por distintos países europeos
en el año 1954.
Con
Dragone registró diez temas, editados en ese mismo año en otro disco de larga
duración. Una carta, Moneda de cobre y los candombes Cachumbe,
Candombe y Tamboriles fueron algunos de los títulos incluidos en
el álbum.
Recién
volvió a los estudios discográficos siete años más tarde para grabar entre 1974
y 1976 para el sello Microfón acompañado por la orquesta dirigida por Osvaldo
Requena sus últimos treinta y cuatro temas como cantor del género, ya que dos
décadas más tarde grabó Siga el baile, uno de sus viejos éxitos,
acompañado ahora por el conjunto rockero Los Auténticos Decadentes, cuestión a
la que nos referiremos más adelante.
En
esas postreras grabaciones para el tango, de las cuales doce correspondieron al
año 1974, trece a 1975 y nueve a 1976, recreó muchos de sus viejos éxitos, de
modo que casi todas ellas fueron segundas versiones de las que originalmente
había registrado en décadas anteriores cuando se encontraba en la plenitud de
su carrera. Entre estos últimos no podía faltar, por ejemplo, una segunda
grabación del inefable Cucusita, aquel tema que ya había grabado en los
comienzos de 1959.
Aun
cuando en estas interpretaciones es manifiesta la merma en la potencia de su
voz, en cambio se mantiene intacta su reconocida afinación. Además, la
jerarquía del marco orquestal brindado por Requena otorga por sí misma calidad
al trabajo. Cabe entonces recordar que en esa formación participaron músicos de
la talla de Juan Carlos Bera, Néstor Marconi, Daniel Lomuto y Osvaldo
Pichuquito Rizzo en bandoneones, Reynaldo Nichele, José Votti, Armando Andrade
y Bernardo Stalman en violines, Enrique Marchetto en contrabajo y, por
supuesto, el director de la orquesta en el piano.
La
repercusión obtenida como cantor le permitió también acceder al cine,
protagonizando las películas Adiós Pampa mía en el año 1946, en el que
fuera su debut cinematográfico, film en el que Castillo interpretó el tango que
da título al film, y La que murió en París. Participó luego en El
tango vuelve a París, filmada en 1948, en la que cantó con la orquesta de
Aníbal Troilo el tango Ninguna y Un tropezón cualquiera da en la vida,
filmada en 1949 y que coprotagonizó con el actor Fidel Pintos y con Virginia
Luque, las tres dirigidas por Manuel Romero.
En
este mismo año participó en la filmación de Alma de bohemio, dirigida
por Julio Saraceni, en la que Castillo cantó el tango homónimo.
En
1950 actuó en la película La barra de la esquina, junto con José Marrone
y María Concepción César, película que Alberto consideró la que más le agradaba
de todas las que filmó porque, señalaba, «... esa película es un claro bosquejo
de mi propia vida. Es la vida que puede vivir cualquier muchacho bueno y
trabajador».
Al
año siguiente participó en Buenos Aires, mi tierra querida, con Jacinto
Herrera y Norma Jiménez y nuevamente José Marrone, y en 1953 filmó Por
cuatro días locos, todas éstas dirigidas también por Julio Saraceni.
Posteriormente,
Castillo participó en varios filmes dirigidos por Enrique Carreras: en 1955 Ritmo,
amor y picardía, en 1956 Ritmo, alegría y amor, en 1958 Luces de
candilejas y en 1959 Nubes de humo, las tres primeras protagonizadas
por Amelita Vargas y la última por Mercedes Carreras.
Finalmente,
en 1976, en una película dirigida por Fernando Ayala, desfiló junto a otras
grandes figuras del tango, como Julio De Caro, Hugo del Carril y Rosita
Quiroga.
En
1990 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por el
Concejo Deliberante de la misma y, posteriormente, además de la aludida actuación
con Los Auténticos Decadentes en 1993, en el año 1994 realizó una extensa gira
por Colombia, Ecuador, Puerto Rico, Chile, Venezuela, Estados Unidos y España.
En
1995 realizó recitales en el Teatro Presidente Alvear y al año siguiente, luego
de actuar con el grupo Los Auténticos Decadentes en la Sala Martín Coronado del
teatro General San Martín y de realizar con el mismo una gira por el interior
del país, grabó con los aludidos rockeros el disco al que se hiciera mención
anteriormente, del que se vendieron 500.000 ejemplares en pocos meses.
En
1999 nuevamente realizó una gira por Estados Unidos, país en el que se dio el
gusto de actuar con 85 años en sus espaldas.
En
diciembre de 2001 actuó en Montevideo y el 28 de ese mes, en la que sería su
última presentación en público, cantó en el salón Torcuato Tasso.
Como
ya recordamos a lo largo de esta reseña, todas sus composiciones musicales las
firmaba con el seudónimo de Riobal.
Entre
ellas, además de las que ya hemos venido mencionando, se encuentran Así
canta Buenos Aires, Un regalo del cielo y Muchachos, escuchen,
los tres con letra de Carlos Lucero, A Chirolita, con versos de Carlos
Jonson, tango que llevó al disco en 1967 con el marco musical que entonces le
brindaba Jorge Dragone, y la marcha Año Nuevo, cuya letra también le
pertenece y que grabó en el año 1956 para el sello Odeon, cuando lo acompañaba
la orquesta dirigida por Ángel Condercuri.
En
julio de 2002 Castillo comenzó a sufrir problemas respiratorios, enfermando de
inmediato de neumonía, lo que provocó su deceso el día 23 de dicho mes, cuando
contaba con 87 años de edad y un reconocimiento popular muy difícil de alcanzar
para la mayoría de los artistas.
Fuente: Torres, Carlos Federico. Gente de
tango; Tomo I
biografia
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