Rosa Rodríguez Quiroga de Capiello, tal su nombre completo, nació el 15 de enero de 1901 en el porteño barrio de la Boca, donde su vecino Juan de Dios Filiberto le impartió lecciones de guitarra, a fin de que se acompañara en sus primeras actuaciones como intérprete del cancionero criollo. A comienzos de los años veinte acompañó con su guitarra a un amigo en una grabación particular en el sello Victor, modalidad que por entonces era muy habitual entre los cantores aficionados, ocasión que Rosita aprovechó para solicitar que la casa le efectuara una prueba a ella como cantante acompañándose con su guitarra.
Fue tan satisfactoria la prueba que los responsables del sello de inmediato la contrataron y a poco se editó su primer disco, en el que interpretó los temas Siempre criolla, en el lado A, y La tipa, en el reverso. Muy poco después comenzó a actuar en la incipiente radiofonía argentina, haciéndolo primero en radio Cultura y pocas semanas después en la entonces Radio Nacional, antecesora de la que a partir de la década siguiente fuera la actual radio Belgrano.
Al poco tiempo, se produjo su debut teatral, cantando en el teatro Empire y poco después, en enero de 1923, en el Esmeralda, siendo éstas las únicas presentaciones que hizo en escenarios teatrales, porque percibía que la presencia cercana del público la inhibía y le impedía desempeñarse con desenvoltura.
Por eso, fueron la radio y especialmente los discos las bases en las que se cimentó su trayectoria, la que fue muy intensa hasta 1930, para reducirse a partir de este año a apariciones mucho más esporádicas.
En un justo reconocimiento al aporte al tango que realizó Rosita pese a lo breve de su vigencia en la cima de los intérpretes del género, la historiadora del género Estela Dos Santos en el número 46 de la revista Sentir el Tango, señala que «los discos grabados por Rosita en los años veinte para ser vendidos en el exterior, basados especialmente en canciones que formaban parte del repertorio de Gardel, fueron fundamentales para el amplio reconocimiento que el tango ganó en América».
Ese reconocimiento fue a su vez el sostén de la difusión de las películas argentinas basadas en la música ciudadana por todo el continente en la década siguiente.
Se ha acreditado a Rosita además la labor que en esos años de intensa actividad realizó en apoyo de colegas menos afortunados que intentaban incursionar en el canto popular.
Así, se recuerda en particular la fundamental ayuda que brindó en sus comienzos Agustín Magaldi, formando a tal fin un dúo con el hasta entonces ignoto cantor rosarino, grabando cuatro placas en el año 1925.
Rosita se había volcado exclusivamente al tango a partir de 1924 pero luego no pudo adaptarse a los cambios que experimentaba este género y así fue como ya en los años treinta estaba casi alejada de la actividad, limitando ésta a la realización de grabaciones destinadas exclusivamente a América Central, tal como ella misma lo relataba en un reportaje que se le hizo en 1936.
Por entonces ya estaba casada con un importante directivo del sello RCA Victor, y además percibía importantes ingresos por la venta de sus discos, gozando así de una desahogada posición económica.
Quienes la conocieron recordaban la hermosa propiedad en la que vivía en el barrio de Villa Devoto.
Alejada también de los estudios de grabación, recién en 1950 volvió a ellos, en la ocasión con el acompañamiento de un conjunto dirigido por Ciriaco Ortiz. Luego de esta puntual reaparición, su retiro fue definitivo.
Le pertenecen los tangos De estirpe porteña, Carta brava y Oíme Negro, temas que si bien hoy están prácticamente en el olvido, en su momento fueron demostrativos tanto de su capacidad como compositora como de su facilidad para captar el gusto y los sentimientos populares.
Treinta y cuatro años más tarde de esa última y muy esporádica actuación, Rosita falleció. Era el 16 de octubre de 1984 y tenía 83 años de edad.
Poco antes había sido entrevistada en el programa Grandes Valores del Tango, conducido por Silvio Soldán. Quien esto escribe la recuerda ya muy deteriorada físicamente, pero guardando nítidamente los recuerdos de sus años de esplendor, los que relató de la forma que en parte han sido reproducidos en esta reseña.
Fuente: Torres, Carlos Federico. Gente de tango; Tomo III
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