Poeta
nacido en Borgataro, provincia de Parma, Italia, el 15 de octubre de 1910. Su
verdadero nombre era Amleto Vergiati, habiendo adoptado el seudónimo con el que
se lo recordaría definitivamente en ocasión de escribir su primera poesía
destinada a acompañar una composición musical, la milonga Julián Centeya. Sus versos
acompañan a una melodía escrita por José Canet y fue grabada por Carlos Di
Sarli y su orquesta con la voz de Alberto Podestá el 9 de septiembre de 1942.
En cierto modo como el Pigmalión de la mitología griega al que Homero Expósito
recreó en una letra de tango, Vergiati se mimetizó con el personaje que había
creado y desde entonces decidió llamarse como él.
Cuando
tenía un año, su padre, un periodista de ideas anarquistas, debió huir del
régimen fascista que gobernaba su país, emigrando a la Argentina, a donde
arribó en 1912. La familia se radicó inicialmente en San Francisco, provincia
de Córdoba, para en 1923 trasladarse a Buenos Aires, donde se estableció en el
barrio de Parque Patricios. Amleto realizó sus estudios primarios en la escuela
Abraham Luppi, en la esquina de las calles Caseros y Lavarden, y fue compañero
de banco de Francisco Rabanal, quien con el tiempo sería un reconocido
dirigente radical, diputado nacional e intendente de la ciudad durante el
período 1963 a 1966. Cursó sus estudios secundarios en el colegio Nacional
Rivadavia, en Chile y Entre Ríos, los que debió abandonar cuando cursaba el
tercer año.
El
futuro Julián Centeya estableció una profunda relación afectiva con la ciudad,
y en particular con el barrio de Boedo, del que se consideraba oriundo. Algunos
de sus poemas más conocidos son: Sigo
pensando en vos, negro, dedicado al trompetista norteamericano
Louis Armstrong, Atorra,
Mi viejo, Pichuco y La muerte del punga, en
todos los cuales hizo un amplio despliegue del lunfardo, al que manejaba a la
perfección aún en sus matices menos conocidos. Por el contrario, sus poesías
para tangos prescindieron casi totalmente de ese argot, destacando una línea de
corte fuertemente romántica, similar en cierto modo a la de José María Contursi
aunque con una temática más amplia.
Luego
de la milonga Julián Centeya
escribió los dulces versos de Claudinette,
con música de Enrique Delfino, que cuenta con una inolvidable versión
discográfica de Juan D'Arienzo con la voz de Héctor Mauré, a los que siguieron La vi llegar y Lluvia de abril, ambos con
música de Enrique Mario Francini, llevados al disco por Miguel Caló en la etapa
de su Orquesta de las estrellas, destacándose la voz de Raúl Iriarte en ambas
interpretaciones. También puso versos de tinte siempre romántico a Lisón, con música de José
Ranieri, grabado por Rodolfo Biaggi con el cantor Alberto Amor; Más allá de mi rencor, con
música del pianista y director Lucio Demare, quien lo llevó al disco con su
orquesta y la voz de Carlos Bernal; Felicidad,
con melodía de Hugo del Carril, quien también registró en un disco; y Canción a tu presencia, cuya
bella música pertenece al cantor Alberto Podestá, grabado en el año 1971 por
Rubén Juárez acompañado por la orquesta dirigida por Raúl Garello.
Con
música también de José Ranieri, escribió en una línea algo más nostálgica que
romántica los versos de A los
muchachos, tango que Ángel Vargas grabó con el marco orquestal
dirigido por Eduardo Del Piano el 27 de septiembre de 1948. Se desempeñó
también en la radio Colonia del Uruguay con su programa En una esquina cualquiera y
en la radio Argentina de Buenos Aires, en la que condujo la audición Desde una esquina sin tiempo.
Fue además articulista de los diarios Crítica,
Noticias Gráficas
y El Mundo, así
como de las revistas Sábado
y Prohibido. En
todos los casos su prosa ágil y amena tornaba interesante cualquiera de la vasta
gama de cuestiones que abordaba en esas notas.
En
ese sentido, es emblemático un artículo publicado en la primera de las revistas
mencionadas en la edición del sábado 29 de mayo de 1965, en el que ingeniosa y
audazmente relacionaba la muerte de Alfredo Gobbi producida el 21 de ese mismo
mes con el frustrado regreso de Perón a fines del año anterior. El artículo le
valió una reconvención telefónica de su antiguo compañero de aulas Paco
Rabanal, quien sin embargo poco más de un año más tarde, ya alejado de la
intendencia de Buenos Aires a causa del golpe militar que derrocó al gobierno
radical, lo citó para decirle que había reconocido con el paso de esos meses
que en realidad todo lo que ahí estaba escrito no era otra cosa que la dura
realidad política de la Argentina de esos días.
Su
primer libro de poemas fue El
recuerdo de la enfermería de Jaime, publicado en 1941, al que firmó
con el seudónimo de Enrique Alvarado. En 1969 publicó La musa del barro, con
prólogo de César Tiempo, considerado su mejor libro. Ese mismo año grabó en un
disco editado por el sello RCA Víctor varios de sus poemas, incluyendo Atorra, una dolorosa
descripción de su propia soledad y tristeza. Ya en 1971 escribió su única
novela, El vaciadero,
basada en la vida de los llamados quemeros, es decir los hombres, mujeres y
niños marginados que acudían a la quema, el sitio en el que se incineraba la
basura con la finalidad de procurarse objetos de cuya venta subsistían.
Centeya
sostenía que el escritor debía estar comprometido profundamente con el relato
que plasmaba en sus obras, expresando en tal sentido que “para escribir hay que
vivirla, en caso contrario nos acunamos en el camelo literario”. Luego de su
fallecimiento se editaron sus libros La
musa maleva y Piel
de palabra, conocido también como El ojo de la baraja izquierda, ambos editados
en 1978. Centeya había muerto cuatro años antes de las dos publicaciones, el 26
de julio de 1974, a los 63 años de edad.
Fuente: Torres, Carlos Federico. Gente de
tango; Tomo I
biografia julian
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